
Me ha tocado convertir en osadía lo que se describiría comunmente como problema.
Ah, yo y mis paraguas. Los he tenido de todos los colores, uno para cada mayo. Las lluvias y los abejones vienen con ese mes, ellos se van, ellas permanecen mucho más.
Cuando como siempre, me di cuenta que mi paraguas no estaba conmigo, di un giro de 180º y empecé a correr (literalmente) a la terminal del bus, tenía que devolverme 2 cuadras, y esos perversos tacones estaban jactándose de mi desasociego.
Cuando llegué al fin, el chofer no esperaba que una muchacha con atuendo de ejecutiva, con un bolso, un portafolio, una bufanda y otras tantas cosas que me estorbaban, hiciera lo que hice.
Porque podía, como cualquier persona, pagar de nuevo el pasaje y recuperarlo de en medio de esos asientos que tenía por guardianes.
Pero quise poner a prueba mi espíritu de aventura y me tocó hacer todo tipo de malavares y piruetas para no pasar por en medio de las barras eléctricas, y recuperar lo que no quería perder ya más. Hubieran visto la cara anonadada del señor, jeje. El chofer no sabía es que mi infancia fue de árboles de limón, y la flexibilidad, una de mis virtudes.
Mi paraguas, yace aquí conmigo, y parte de mi infancia también.