
No es muy tarde, creo que si no estuvieran enalgodonando el firmamento ese montón de nubes, el sol depuntaría las 4, o 5 pm. Me despido de V con una llovizna por compañía, me gusta caminar, y hacer equilibrio sobre la línea de esos viejos rieles.
Mi andar se torna más lento, la concentración y coordinación me mantienen abstraída de todo, ya no pienso en la cena, en el cumpleaños de mi hermana, en mis labores, sólo en no caerme, ridícula competencia conmigo misma.
Es pleno centro de la capital pero ya no escucho nada, sólo un murmullo, a lo lejos, pero qué más da el ruido cuando el momento es mágico. Las piedras se alegran de mi visita, es como si se les hubiera quitado lo gris...
Un no sé qué en ese susurro lejano, que se va haciendo más claro y menos distante, me hace levantar la mirada del suelo, del riel, de las piedras, y de lo que pienso... De pronto, sin ser yo experta en física: ...¡Acción-Reacción! ...
Sin estar segura del todo, mi instinto me descarriló y me apartó de las vías férreas, apenas para darme cuenta de que el tren estaba pasando a tan solo unos pasos de mí, su silbato me grita a más no dar. ¡En qué mundo estoy! ¿Cómo no me acordaba que los trenes pasan y que no pueden desviarse de su ruta?

No estoy conciente de lo que está pasando, no me alarmo, no digo nada. Sólo sé que uno a uno los vagones pasan cerca de mi impávida silueta, ajetreándome el cabello y alejándose, y perdiéndose para siempre en esa infinita perspectiva que tengo del horizonte.
Sigo caminando pero ahora por la acera. No llueve ya. Recupero el ritmo, me espera la cena que tengo que preparar y un cumpleaños que va a empezar. Hoy no voy a quedarte mal, hermana, no podría, porque hoy ya quedé bien.