martes, 22 de junio de 2010

Masticando olvidos














No suelo olvidar una cara... Así que cuando la ví, crucé la calle, la intercepté y con una gran sonrisa sólo compacté a decir:

-¡Hola! Tanto tiempo!

(Un ceño al borde del fruncimiento prende las lucecitas rojas de mi sistema y me indican que no reconoce mi sistema)

-Disculpe ¿La conozco? Tengo idea, pero no estoy segura....
-(¡Por supuesto que síiiiii! Jugábamos juntas y nos...) No, perdón, me confundí.

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Cuando caminaba para el colegio, la voz proveniente de la casa con verjas verde agua, me susurraba cantos casi angélicos, parecía que arreglaba el carro.

Llegó a ser un tanto viciante escuchar esas melodías que bien sabía, no eran para nadie, y pertenecían a las transeúntes.

Una vez, siempre con el oído atento, caminando más lento de lo normal, volteé y no vi nada, sólo el carro aparentemente en perfecto estado. Entonces entendí que no volvería.

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Cuando con título en mano, crucé las viejas puertas del portón de la escuela, mi padre inquirió en que si comprendía lo que eso necesitaba.

-Sí- sonreí certeramente y callé.

Porque claro que comprendía lo que eso significaba, porque sabía que ese era el último día en el que vería al que por 6 años y medio fue mi amor platónico: Efraín.

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Han quedado atrás muchas cosas y personas con las cuales pensé no poder vivir, y estoy segura que seguirá pasando. Con el tiempo va quedando la familia, y uno que otro.

El asunto es que la transición sea como cuando se va al médico: "rápida y sin dolor".
El asunto es que soy lenta para masticar olvidos.

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