domingo, 1 de marzo de 2009

Mis monedas no son mías.


Recojo la ambarina moneda del suelo,
fugaz se me zafó de entre los dedos
quizá para huir de su futuro deporsí incierto,
de ese cruel destino para el que fue creada
junto al de millones de disquitos de metal:
no tener lugar al cual pertenecer,
vagar siempre sin hogar.

La guardo en mi bolsillo afanosamente
como si en verdad la quisiera.
Como si me importara su cuidado,
la protejo del mundo,
solo para algún día
sin más, al fin dejarla ir.

Ellas no le pertenecen a nadie,
ni siquiera cuando las amarramos
a un insaciable monedero,
a un extraño bolsillo,
ya peregrinarán lejos
a tierras inhóspitas
aún cuando nosotros no estemos.

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